Memoria y Paisaje

31 julio 2022 - General -


El paisaje reside en la memoria.

 Quizás por mi afición a la Fotografía y al Cine se configuran en mi memoria los instantes del pasado como si de fotogramas se tratase. Así, en esa película se dibujan y permanecen escenas, y luces que van dando forma a unos recuerdos que sujetan en su esencia la realidad de mi paisaje. Como Salvatore en Cinema Paradiso cuando emocionado revive esos 123 minutos de fotogramas escondidos y recuperados por el viejo proyeccionista Alfredo, los instantes del pasado se convierten en una hermosa película que a menudo se va editando con el devenir del tiempo. El paisaje, los paisajes, configuran la memoria, ese intervalo de tiempo que si no fuera porque pervive en nuestras retinas no existiría. En mi caso son las líneas, las sombras y luces, los colores y sus tonos, la composición de la escena en ese momento, los que quedan retenidos y configuran mi paisaje. Más allá de topografías, de sinuosidades del terreno, de consideraciones e interpretaciones científicas el paisaje es para mí un escenario, una fotografía que pervive y que puedo revelar en cualquier instante. Así quedan retenidos.

 Así vuelven: Desde lo alto de la espadaña de la pequeña Iglesia de San Salvador en la Omañuela y tras ascender por unos peldaños recubiertos de musgo, la imagen compone unos tonos negros del tejado pizarroso, a la derecha y bajo el puente de madera las frías aguas del Omaña bajan impetuosas. El cauce pizarroso ayuda poco a que el agua alcance temperaturas más altas. En lo alto y siguiendo la vista hacia la derecha y sobre los robles en la cima de un cerro se aprecia la silueta de la aldea de Castro de la Lomba. De color verde oxidado es la cerradura que da acceso a la Iglesia. El vuelo placido y majestuoso de dos Alimoches sobre los cielos de Abelgas me mantuvo durante un buen rato ensimismado, imaginando por un momento cuales serían los horizontes desde los que viajaban estas aves. La primera vez que acudí con mi suegro a comprar ganado a Andarraso y como tras una simple mirada a la res podían saber el peso de la misma. El trato quedaba cerrado con un sencillo apretón de manos en un establo casi derruido y lleno de enseres destartalados que configuraban una escena de la que yo era consciente de su valor etnográfico y que seguramente no hubiese muchas posibilidades de volverse a rodar en un futuro. Sentado en un banco, fuera del bar-restaurante “El Manadero” en Piedrasecha, justo al comienzo de la calle que asciende hacia el antiguo edificio de las Escuelas y escuchando el constante fluir del agua de la fuente que allí mismo se encuentra. Al mediodía el sol ilumina esta pequeña plazoleta. Unos manzanos enfrente .

El Sr. Valbuena ya octogenario me contaba como hace muchos años los camiones bajaban por la ruta de los Calderones y su desfiladero para traer madera de unos excelentes robles de lo alto de Santas Martas para construir las entubaciones de la minas. Como allí mismo y con una profusión de detalles que atestiguaba sin lugar a dudas su memoria fotográfica, relataba la dificultosa labor de hacer transitable el desfiladero y como él, había utilizado dinamita en esa labor. El camión oruga que bajaba era de manufactura rusa. Esa imagen siempre acude a mi memoria cuando realizo la excursión y observo y busco con la mirada algún rastro de esa proeza no tan lejana en el tiempo. Hoy el desfiladero es lugar de encuentro de montañeros, escaladores y excursionistas que buscan unos la dificultad de algunos pasos de roca y otros el placer de caminar por un paisaje natural. Una tarde de Junio mis hijos y yo arrojábamos piedras al río Curueño desde la ribera que se encuentra en La Vecilla. Habíamos acudido al pueblo en busca de un pasado que databa 450 años atrás. Fue la primera vez que me interese por los gallos y su relación, que ignoraba con la pesca. Hace escasamente dos semanas, regresando de Murias de Paredes en donde unas golondrinas alegraron nuestro paseo, cada vez hay menos, y justo antes del almuerzo nos detuvimos en la Panadería de Senra, lugar oscuro, apenas unas bombillas tenues iluminan la estancia, lo que me hizo muy a mi pesar utilizar el flash para poder fotografiar el viejo horno que una amable panadera abría para que yo pudiera tomar la imagen. Todavía se percibía el calor y una tímida luz en el interior del horno iluminaba el mismo. A la derecha unos estantes vacíos, solamente quedaban dos barras, el resto ya había sido distribuido por los pueblos de la zona. La quietud de unos caballos pastando en la pradera que se extiende justo enfrente del cementerio de Sagüera de Luna. Al fondo el camino que va a Portilla. Creo son dos los molinos de agua que abandonados jalonan la margen derecha del rio si vienes de Mora de Luna. Un hermoso vestigio que habría que restaurar. Baile vermut en Canales, junto a la Iglesia. El reparto de unos panes.

Yo pésimo bailarín embriagado del ambiente y del momento bailaba al compás de unos pasodobles. La incipiente textura de las aguas del Sil en La Cueta, el vaho que se forma a la salida de la fuente termal de Caldas de Luna en los meses de invierno. La amplitud que se detiene en la retina tras el ascenso que lleva al Valle de Villafeliz de Babia, la luz al atardecer y que va dejando lentamente una estela anaranjada en el embalse de Selga. Así y durante años imágenes y paisajes se han fundido en mi memoria desde que me acerque y descubrí la Comarca de CuatroValles. Con el paso del tiempo cada vez más se amontonan los fotogramas, los instantes, la sencilla contemplación del Horizonte. 

Una nueva imagen tomada , un valle que no había visto a la hora del amanecer ,el rastro de un corzo entre las escobas, o sencillamente una piedra , un reflejo en el agua o una nueva cigüeña en un nuevo posadero. Estos horizontes y estos pasos van lentamente configurando mi memoria y mi paisaje. 

Como la Legio VII Gemina permaneceré hasta el final en estas Tierras

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